Lo vincular como espacio de creación y transformación
Cada vínculo que tejemos con otrxs es más que un encuentro: es un territorio. Pero no un territorio que se posee, sino uno que se habita, que se construye entre lo que somos y lo que el otrx trae consigo. En este sentido, el vínculo es un espacio relacional, cargado de significados, tensiones y posibilidades. No es estático, ni está dado; es dinámico, siempre en devenir.
El antropólogo Marc Augé habla de los “no-lugares” como espacios vacíos, carentes de identidad, historia o relación. Un aeropuerto, una estación de servicio, o incluso las interacciones superficiales que tenemos con otros pueden ser ejemplos de estos no-lugares. En contraposición, los vínculos son lugares. Lugares en los que nuestras historias convergen, donde nuestras emociones encuentran resonancia, y donde, en última instancia, se produce una construcción compartida de sentido.
Habitar un vínculo es, entonces, un acto profundamente filosófico. Es reconocer que nuestra existencia no es aislada ni autosuficiente, sino relacional. Como diría Martin Buber en Yo y Tú, “el hombre se vuelve Yo en el Tú”. Es decir, somos en relación con el otro. El vínculo nos constituye; no somos un Yo pleno y acabado que se encuentra con otros Yos, sino que nos formamos, nos transformamos, en ese espacio intermedio.
Sin embargo, construir ese lugar compartido no es un acto sencillo. Habitar el espacio del otro implica enfrentar tensiones: las diferencias de perspectiva, las contradicciones, incluso las heridas que cargamos. Y, como señala Emmanuel Levinas, en la relación con el otro siempre se nos demanda algo ético, una responsabilidad. No basta con reconocer al otro; debemos responder a su alteridad, estar dispuestxs a sostener lo que esa relación trae consigo, incluso cuando es incómodo o desafiante.
Aquí es donde la responsabilidad afectiva cobra un papel fundamental. Esta no es solo la empatía de “sentir con el otro”, sino un compromiso más profundo: cuidar el espacio que compartimos, mantenerlo habitable. Esto implica ser conscientes del impacto de nuestras palabras, gestos y silencios, no solo desde nuestras intenciones, sino desde cómo son vividos por el otrx. Es, como propone Buber, “ver en el otro un sujeto y no un objeto”.
El desafío radica en evitar que los vínculos se conviertan en no-lugares. En relaciones vacías, transaccionales, que no nos transforman ni nos invitan a transformar al otro. Para ello, necesitamos construir activamente esos lugares relacionales, sostener las tensiones, y estar dispuestos a dialogar con las diferencias sin buscar eliminarlas.
La invitación es a preguntarnos:
- ¿Qué hace que un vínculo sea un lugar y no un no-lugar?
- ¿Cómo habitamos el espacio que construimos con otrxs?
- ¿Qué tensiones estamos dispuestxs a sostener para que ese espacio crezca?
Al reflexionar sobre esto, el comienzo de un nuevo ciclo se presenta como una oportunidad para repensar nuestros vínculos. No como meras conexiones funcionales, sino como espacios éticos y transformadores. Porque en lo vincular no solo se juega nuestra capacidad de ser con el otrx, sino también nuestra posibilidad de ser plenamente humanxs.
Gracias por tomarte el tiempo de leerme. Me gustaría leerte 🫂