El problema como punto de encuentro en los vínculos
La palabra problema nos remite, en su origen griego (problēma), a aquello que "se arroja delante". Es decir, no a una carga o una traba, sino a un desafío que se despliega frente a nosotrxs como posibilidad. En el marco de los vínculos humanos, los problemas suelen concebirse como fisuras, grietas que amenazan la estabilidad relacional. Sin embargo, ¿y si los problemas no fueran el final, sino el comienzo de algo más?
Los problemas en los vínculos no son meros obstáculos a superar; son puntos de intersección, lugares donde las diferencias, las tensiones y las historias individuales convergen. Martin Buber, en Yo y Tú, sostiene que la verdadera relación surge no cuando el otro es instrumentalizado como un "Eso", sino cuando se le encuentra como un "Tú". En este encuentro auténtico, el problema no se niega ni se evade, sino que se convierte en el espacio donde se funda una relación más profunda.
Desde una perspectiva dialéctica, podríamos pensar los problemas como lo haría Hegel: no como rupturas, sino como momentos de contradicción que contienen el germen de una síntesis mayor. La tensión entre nuestras perspectivas, deseos y límites no destruye el vínculo; lo moviliza hacia un estado más consciente y pleno. En este sentido, el problema en un vínculo no es solo un desafío, es un llamado a transformar lo que entendemos por relación.
Este acto de sostener el problema requiere lo que llamamos responsabilidad afectiva. No basta con la empatía, que a menudo se queda en lo emocional. Es necesario un compromiso activo con el cuidado del vínculo, lo que incluye considerar el impacto de nuestras palabras, acciones e incluso silencios. En el problema, somos llamados a ser conscientes de nuestra capacidad de dañar o nutrir el espacio compartido.
- ¿Cómo habitamos este espacio de tensión?
- ¿Cómo navegamos lo que el problema nos revela sobre nosotrxs y el otrx?
- ¿Qué formas nuevas de ser juntos pueden surgir de este desafío?
El problema, entonces, no separa, sino que conecta. Nos obliga a salir de lo previsible y a enfrentar la complejidad inherente a la vida en relación. Nos desafía a abandonar la comodidad de los vínculos homogéneos y a abrirnos a la creación de algo más rico, más vivo.
Los problemas, en su esencia, son parte del tejido mismo de nuestras relaciones. Nos confrontan con nuestras limitaciones y nos muestran que los vínculos no son estáticos, sino espacios dinámicos en constante construcción. Pensarlos de esta manera nos invita a reflexionar:
- ¿Qué posibilidades nuevas podrían surgir si nos permitimos habitar los problemas con apertura?
- ¿Qué podríamos aprender de las tensiones que parecen separarnos?
- ¿Cómo podría el problema, lejos de romper el vínculo, reimaginarlo?
En última instancia, los problemas no nos definen por lo que nos falta, sino por lo que podemos llegar a crear juntxs. En ellos reside la posibilidad de descubrir, en la fricción, no solo el calor necesario para sostener el vínculo, sino la chispa que nos impulse a reconfigurarlo desde un lugar más consciente y humano.
Gracias por tomarte el tiempo de leerme. Me gustaría leerte 🫂